viernes, 6 de julio de 2012

el cuco


Anoche no podía tragar. Literal. No podía.
Estaba sentada en la cocina de la casa de mi mama,
con la comida recién hecha servida en el plato dispuesta a cenar
después de un día largo, gris.
Después de atravesar corriendo los procesos de mi cotidiana melancolía.
Ahí estaba yo, sosteniendo el tenedor, impulsándolo en dirección de mi boca y
el primer bocado pasó sin problemas.
El segundo pasó también pero esta vez sentí el acto consciente de tragar,
como si alguna parte de mi garganta en la que nunca antes había reparado
de pronto pidiera mi esfuerzo por hacer un acto tan espontáneo y natural como tragar.
No entendí porqué me pasaba eso y apure el siguiente bocado
sólo para comprobar que todo estaba en su lugar. Fue imposible, ahí se me quedó la comida.
Lo intenté de nuevo y pasó pero tuve la sensación de que mi garganta
no recibía bien ese pequeño trozo de tortilla.
Haciendo un esfuerzo inmenso y tratando de pensar en otra cosa termine mi porción de comida. Y asustada me fui a dormir.
Tuve la sensación de que mi cabeza era la que no me permitía dar la orden de tragar.
No es la primera vez que me pasa, en determinadas ocasiones me encuentro así,
sin poder tragar el humo de mi cigarrillo, mi saliva, un trago de coca light.
No entiendo porque razón sucede, pero es así.
El mecanismo desarrollado a la perfección entró en acción. Sacó conclusiones.
Soy una máquina de sacar conclusiones,
y siempre o casi siempre son desalentadoras y lo peor, desacertadas.
Esta vez fue la siguiente “si no puedo tragar mi cerebro está funcionando mal y
lo próximo que me va a pasar es que me agarre un acv.”
Que tema con el acv, recurrente, como un fantasma mascota,
incondicional a mi, compañero de mis acciones. Tal cosa me pasa y tengo un acv.
Tal otra me pasa y me quedo aca, dura para siempre, con la mente en otro lugar del limbo y mi cuerpo quieto y joven inmovilizado para siempre en estos 27 años de edad.
Pero es miedo, eso es lo que tengo. Por miedo condiciono casi todos mis actos.
Esta vez el cuerpo me hablo tan claro, tan sincero, tan inamovible.
No es un acv lo que me acecha, es el espejo en el que me miro,
es mi capacidad de imponerme verdades que no creo, es callarme el enojo,
secarme las lagrimas… secarme por dentro. Es la falta de ganas de mis manos,
es mi plenitud olvidada en un rincón al que me siento incapaz de llegar.
Ya no puedo, ya no.
No me entra en el cuerpo ninguno de esos vicios que adopte.
No es tragar lo que me resulta imposible… es que todo pase sin ser conciente.
Es el dolor, es la perdida. Es la angustia que ya no puede hacer nido en mis entrañas.
Llego el momento de cerrar las fronteras de mi mundo.
De pedirle papeles a cualquiera que intente entrar y ahorrarme el engorroso tramite
de deportarlo en el momento en el que siento que me está tapando el agua.
No estoy cerrada por derribo, no estoy cerrada por reparaciones, mucho menos estoy
cerrada porque “estamos trabajando para usted”.
Estiro mi mano y me abrazo.
Ya va a pasar me digo… no existe tal cuco.